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dijous, 9 de febrer del 2012

Componer bajo el Tercer Reich (IV) de Fernando Delgado

La penúltima entrada del text de Fernando Delgado sobre l'Entartete Musik



Para favorecer a los músicos profesionales, la nueva organización -la Reichskulturkammer- fue un mecanismo de control que permitió al régimen eliminar de la escena pública a los “elementos indeseables”. Las leyes constitutivas de la Reichskulturkammer omitían referencias concretas pero dejaban en manos de los burócratas de la institución apartar a los artistas que carecieran de “fiabilidad y aptitud” para la vida cultural. A partir de 1935, se decretó la exclusión del personal “no ario”. Desde entonces, al requerir pruebas
de procedencia racial al que quisiese formar parte de ella, la Reichsmusikkammer fue un eficaz instrumento para expulsar a los judíos de la vida musical alemana.


El nazismo construyó su base doctrinal con la acumulación de elementos heterogéneos:nacionalismo pangermanista, anticomunismo, anticapitalismo, racismo... Por carecer de estructura ideológica coherente, utilizó el antisemitismo como aglutinador de su discurso, recurso retórico e idea motriz. En 1933 más de medio millón de judíos vivían en Alemania. El nacionalsocialismo les señalaba como la más importante amenaza para la construcción de su utopía racista, una comunidad étnica pura que superase las diferencias entre alemanes. De todas las intervenciones del régimen en la vida musical, la purga masiva de músicos judíos fue la que provocó consecuencias más dramáticas. Mientras que era difícil definir –y, en consecuencia, perseguir– las “músicas degeneradas”, la erradicación de los compositores “degenerados” fue implacablemente emprendida.
En las primeras semanas del régimen, mientras que se llevaba a cabo una furiosa persecución de izquierdistas y demócratas, las figuras judías prominentes sufrieron campañas de acoso y ostracismo. Tres meses después, se prohibió a los “no arios” el ejercicio de la función pública por lo que los músicos judíos que trabajaban en instituciones estatales –orquestas, teatros de ópera, conservatorios, universidades...– fueron despedi- dos. Una larga lista de compositores judeoalemanes emprendió el camino del exilio: Paul Ben-Haim, Paul Dessau, Hanns Eisler, Bertold Goldschmidt, Erich Korngold, Ernst Hermann Meyer, Franz Reizenstein, Arnold Schoenberg, Ernst Toch, Kurt Weill, Stefan Wolpe... A los que se quedaron, se les animó a agruparse en la Jüdischer Kulturbund (Liga Cultural Judía), asociación que ofrecía al público judío espectáculos realizados por artistas de su comunidad. Denominada originalmente Kulturbund Deutscher Juden (Liga Cultural de los Judíos Alemanes), la organización tuvo que cambiar su nombre por orden gubernativa –se consideraba inadecuado vincular Alemania con el judaísmo– y contribuyó a la segregación simbólica e institucional de la minoría.
A partir de las leyes raciales de Núremberg (septiembre de 1935), se endurecieron las políticas represivas y se completó la exclusión de los judíos de la vida musical: expulsión de la Reichsmusikkammer (1935), prohibición de asistir a actos culturales públicos junto con la población “alemana” (1937), de interpretar música de Beethoven (1937), de Mozart (1938)... En septiembre de 1941, se prohibió finalmente la Jüdischer Kulturbund. Un mes más tarde, se iniciaron las deportacio nes de judíos alemanes hacia el este. En terribles circunstancias, los campos de concentración presenciaron los últimos brillos del esplendor musical de los judíos centroeuropeos.A principios de 1942, la Conferencia de Wannsee culminó el proceso preparado desde el verano anterior y puso en marcha la Endlösung (Solución final), la aniquilación sistemática de la población judía del Reich.
Junto a la persecución física de los compositores, el régimen llevó a cabo la persecución, mucho menos efectiva, de sus obras. La censura musical nazi consistió en una lista de la Reichsmusikkammer que prohibía la interpretación de algunos autores “no arios”. También se exigió a las editoriales y distribuidoras permiso previo para difundir obras de autores emigrados. No obstante, la complejidad del aparato cultural estatal –junto con la exuberancia de la actividad musical alemana– hizo difícil controlar la aplicación práctica de estas medidas. Los asuntos musicales dependían de una intrincada red burocrática –estatal, federal, provincial, local–, complicada por la estructura paralela del NSDAP y sus organizaciones culturales. Sólo durante la guerra se consiguió imponer a todo el sistema la censura sobre las producciones culturales de los países enemigos.